El proceso introspectivo que se realiza al escribir, se va desarrollando en cada una de las líneas que vamos dejando en el camino. Este camino que se ensancha a medida en que logramos descifrar el verdadero contenido de nuestras palabras, de lo que queremos decir.
Para escribir no se necesita tener mucha imaginación o ser un sujeto creativo o haber estudiado letras, no, aquello es, acaso, para generar obras literarias, y ese no es el punto ahora. Hablamos de escribir como proceso para resolver preguntas interiores y para ello lo que necesitamos son manos, pluma y papel (o computadora o lo que sea que cada quien use).
Porque escribir es quitarnos las capas de suciedad que se nos van impregnando con el día a día, con el roce de cuerpos en el metro o en el metrobús, con las horas condenándose al tráfico de la ciudad. Escribir es meditación activa. Es ir al encuentro con el sentido de las palabras donde habitamos.
Pensar sobre el papel también es una forma de lectura pues, no solamente logramos darnos cuenta del valor que tiene en sí misma la escritura, sino que seremos testigos de lo beneficioso que resulta leer. Leernos, leer al otro.
Leer al otro es conocerlo, es vivirlo, es conversar con él.
Escribir lo que sea que nos interese sin ningún interés de que alguien nos lea, es una manera de fomentar la lectura, la nuestra. Porque no se puede hablar de lo que no se conoce. ¿Cómo podemos decir que la gente necesita leer si no sabemos la verdadera funcionalidad de la lectura? Escribir, entonces, para valorar la fuerza de la palabra. Escribir para desnudarnos ante el mundo. Escribir para ser juzgado por los demás. Escribir para quitarse máscaras. Escribir para ser más críticos. Escribir para lograr entendernos. Escribir para llegar al otro lado donde también alguien nos espera.
La escritura es una válvula de escape, el volcán en activo que nos permite seguir siendo para no reventar de un momento a otro.
Habrá que intentar desnudarnos ante la hoja en blanco, valdrá la pena el ejercicio para ver qué es lo que tenemos que decirnos. Hablar claro es lo que exige la escritura. Ante la hoja en blanco no se puede tartamudear ni salirse por la tangente. El espacio vacío que es la página en la que se escribe, nos invita a regenerar nuevamente nuestro mundo interno. Así, veremos qué es aquello que contenemos.
Escribir para poder hablar con claridad.
Hagámoslo para no quedarnos únicamente con la visión que proyectamos delante del espejo. Con la percepción superficial de nosotros.
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