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El senador exquisito.

                   Al parecer, Olegario Santana no había nacido para ser hombre de política o por lo menos, uno de la clase que se estila en esta parte del planeta. Su padre fue senador del distrito durante siete periodos consecutivos, lapso récord digno del Guinness, que le sirvió para cimentar una fortuna sin precedentes en aquellos parajes recónditos del sur provincial, obviamente, a costa del hambre y el atraso del pueblo. El senador Orestes Santana, como era de esperarse, murió ejerciendo sus funciones y se lo despidió con gran pompa. Se trató de un espectáculo nunca visto en aquellos páramos inertes. Para empezar, se decretó una semana de duelo en la que se rezó hasta el hartazgo interminables rosarios a cuanta virgen y santo se veneraran en la región, se lloró a mares gracias al enjambre de lloronas que cobraron cincuenta pesos a cambio de llanto discreto, cien pesos por llanto a los gritos y doscientos pesos por llanto a los gritos más desmayo. También corrieron ríos de vino y soda, toneladas de asado al cuero y las sierras saltaron al ritmo de los bombos, violines y guitarras. Todo se descontroló y terminó convirtiéndose en la más desenfrenada bacanal que se haya realizado en la siempre pobre Villa Las Jarillas.

Un asunto aparte fue el campeonato de fútbol interbarrial, incluido a última hora en la grilla de actividades protocolares como una muestra más del afecto que la gente tenía por el senador fallecido y cuya final rabiosamente espartana, sacudió a toda la población de su modorra habitual. Los Pocasodas del barrio El Puñal y los Bumbulos Negros oriundos de Las Breas- paraje distante a doce kilómetros que por estar dentro del distrito electoral se ganaron el derecho de participar en tan honorable evento- se sacaron chispas literalmente durante noventa minutos históricos. La cancha de la escuela, la única en condiciones de albergar semejante hito deportivo, estaba abarrotada de espectadores venidos desde los cuatro puntos cardinales. Y no era para menos.

Temístocles San Tirso, alias el gordo Calostro, delantero de los Pocasodas, fue el gran protagonista. Asaltado por la musa esquiva, se levantó inspiradísimo aquel día. Metió tres goles seguidos casi al final y de esta manera, sentenció el partido y alcanzó la gloria eterna. Acto seguido, mientras los policías evitaban que los de Las Breas lincharan al árbitro y a los jueces de línea, la hinchada victoriosa cargó al gordo en andas como si fuera un dios pagano de antaño y todos fueron a parar al boliche de doña Clara, puntera política de primera hora del clan Santana, donde devorarían el premio consistente en una media res a la parrilla y cinco damajuanas de vino patero.

Mientras tanto, la élite local sumergida en los avatares propios de los interregnos, deliberaron día y noche las formas y procedimientos que le dieran un marco legal a la sucesión. Todo fue una pantomima ensayada teatralmente hasta el hartazgo. Como ya era costumbre ancestral en los feudos del interior, el cargo del padre pasó directamente al hijo. Olegario fue consagrado como legitimo sucesor de Orestes. Así lo dictaba la jurisprudencia local y de más está decir, que nadie objetó nada al respecto.

El acto de entronización comenzó como Dios manda con tres horas de demora, tiempo suficiente para que los punteros repartieran choripanes y jugos aguados de naranja y granadina al por mayor. Tampoco se escatimaron esfuerzos para dotar a la masa presente de remeras y banderas con la imagen del nuevo senador estampada en esténcil, técnica que espantó a más de uno por ser la primera vez que se veían cosas así en aquellos pagos medievales.  Cuando el que oficiaba de senescal del acto le hizo la seña de rigor, Olegario subió al palco rodeado de su remozado séquito y se dispuso a dar su primer discurso como miembro del honorable Congreso de la Nación. Y así se dejó escuchar:

_ Querida gente de Villa Las Jarillas…con el corazón henchido de emoción y orgullo me es muy grato aceptar esta senaduría que con tanto honor y dignidad la desempeñó mi santo padre, que en paz descanse. – en este momento no pudo evitar entrecortar su voz y el garganteo hizo moquear a casi todas las mujeres y también a varios hombres- Él hizo muchas cosas buenas por ustedes y muchas más, pienso hacer yo. Pero en primera instancia, propondré una serie de reformas que posibilitarán un cambio, un cambio necesario acorde a los tiempos que corren…

Craso error. La audiencia, al principio, enmudeció. La palabra “cambio” retumbó en los oídos con la fuerza de un rayo atronador. El estupor dio paso a la locura. El ambiente se cargó de una electricidad extraña y desconocida hasta ese entonces presagiando una tragedia. El gentío rompió el silencio con aplausos eufóricos y saltos descontrolados, luego comenzó a agitar las banderas y pancartas de manera acompasada y febril. Solo bastaron unos segundos para que algunos, atrapados en un delirio inexplicable, empezaran a morderse las remeras a la altura del rostro de Olegario y siguieran después con las banderas y las pancartas. Con los ojos desorbitados, como si hubieran caído en un embrujo colectivo y aún con pedazos de telas blancas y negras entre sus dientes, se abalanzaron hacia el palco como una marea salvaje y hambrienta que engulló a Olegario por completo. El incipiente senador fue devorado sin más y al parecer estuvo exquisito porque la turba famélica no le dejó ni un huesito sano, ni un pedazo de cartílago quedó, ni tampoco un jirón de su traje de pana azul Francia hecho a medida en la mejor sastrería de Buenos Aires.

Después de aquel episodio tan süskindiano y ejemplar, los dirigentes de la jurisdicción aprendieron la lección. Villa Las Jarillas no era tierra de cambios y desde entonces las cosas siguen así de inmutables. Dos meses de campaña donde llueven las dádivas y las promesas por incumplir son suficientes para tenerlos calmados durante los cuatro años que dura la gestión ¿Frugalidad o miseria? Nadie se anima a semejante desafío. Para todos se trata de una discusión bizantina más. El resto es obra y gracia de las ganas y la codicia siempre presente. Quizás aparezca una pensión graciable por aquí, otra de discapacidad por allá, una perforación de agua mala o pintura para la escuela, pero no más que eso. No es cuestión de andar inflamando corazones a golpes de pujanza y progreso. La paz social es política de estado y se respeta a rajatabla chille quien chille.

En cuanto a la fortuna de los Santana, fue repartida entre los jefezuelos de las familias vasallas, quienes no dudaron en falsificar los documentos necesarios para demostrar algún grado de parentesco con la gens senatorial. Solo la casona familiar, que ocupaba una cuadra entera frente a la plaza principal, resistió el pillaje y pasó a ser la nueva sede de la Municipalidad, del Concejo Deliberante y del Banco de la Buena Fe.

                                                                                                                 Marcelo Sosa

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